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martes, 4 de diciembre de 2007

Vale la pena publicarlo nuevamente

EL ENEMIGO INTERNO



La depresión, plaga gay no reconocida


Acostumbrados a tener al SIDA como bandera de las desdichas que nos acosan, los gays hemos desviado nuestra atención de los males circundantes hacia aquel que se presenta como el mayor interruptor de nuestras vidas. Rara vez reconocemos los problemas de la vida diaria que obstaculizan nuestro realizarnos en el mundo. Los polos que la comunidad homosexual y el mundo entero manejan con respecto a nosotros oscilan dentro del más alto radicalismo... del enfermo terminal de SIDA pasamos a la figura del sujeto suelto de huesos que deja las represiones en el ropero y vive - literalmente -, la vida loca. El rango intermedio es enorme, sin embargo. Y el estereotipo de la vida suelta de huesos es una tosca idealización de un patrón de felicidad que las estadísticas niegan.

¿Pruebas?
Los gays sufrimos una desproporcionada tendencia a la depresión que nadie se atreve a conceder. Un estudio realizado dentro de un universo estadístico de 4000 personas entre 17 y 39 años revela que un 20% de los homosexuales entrevistados había intentado suicidarse - contra un 3.5% de los heterosexuales.
Otra más. Un estudio más amplio reveló que el 7.3% de la población gay intenta, por lo menos en cuatro ocasiones, quitarse la vida - contra un proporcional 1% de heterosexuales.

Los homosexuales calamos alto en la lista de desórdenes depresivos. Los gays sufrimos más depresión que el resto; más ataques de pánico, mayor abuso de sustancias, y más tendencia al suicidio. Los gays somos más propensos al rechazo familiar y, claro, al rechazo social. Tenemos más problemas de adaptación al medio. Siguiendo esta línea, estamos más proclives a abandonar los estudios y los ámbitos laborales, a entrar en relaciones de corto plazo, a contraer enfermedades sexuales, y a tener dificultades en mantener una relación duradera y satisfactoria.
Este es el terreno previo a todo contagio del virus del SIDA. Una vez adquirido el contagio, los problemas inevitablemente se exacerban.

¿De dónde sale este universo de desórdenes de ánimo, de problemas de ajuste, de dificultades interpersonales? Richard C. Friedman y Jennifer Downey, equipo de psicólogos dedicado al estudio de la depresión dentro de la población homosexual, barajan una serie de hipótesis al respecto. En sus libros (altamente sugerentes), "Homofobia Internalizada y Reacción Terapéutica Negativa" y "Homofobia Interna y Autoestima Genérica en Pacientes Homosexuales"; su sugerencia apunta a problemas que retrotraen hacia la infancia.

Es alrededor de los 6 y 7 años, cuando todavía la sexualidad se halla en un estadio de desarrollo y la persona no puede aún ubicarse como homosexual, que la internalización de un objeto externo agresivo y homofóbico comienza a instalarse en la psiquis. "Antes de ser sexualmente activos, muchos niños son rotulados con ofensivos títulos, tales como los de "maricón", "rosquete", etc." Demasiado temprano y con demasiada intensidad, los gays aprenden de cerca lo que significa el terror, el odio y el desprecio - lecciones de vida que nunca olvidan, y que constituyen una suerte de pilares de una estructura de auto-devaluación que se afirma con los años.

Se arma así un enfermizo círculo vicioso. Muchachos hostigados por no mostrar la exigente cuota de masculinidad, por ser demasiado artísticos, románticos, glamorosos, intelectuales; y poco diestros en el deporte, en las artes de la pelea y la defensa; internalizan una imagen suya devaluadora que luego arrastran consigo. La homofobia externa, manifestada con violencia (muchos sufren ataques físicos y no sólo verbales), se transforma poco a poco en un ente ideal que bombardea nuestro estima propio - y que se extiende hacia toda manifestación similar en el otro. Surge así el extraño fenómeno de homosexuales marginando a otros homosexuales; alejándose de ellos, matando sus pulgas sobre otros blancos más débiles que reflejan precisamente aquello que poseen y que no soportan en ellos mismos.

La familia es un factor crucial para combatir este proceso de auto destrucción de la identidad. Sin una familia que dé soporte, que llene el vacío de seguridad que los pares se encargan de aniquilar, el homosexual no tiene dónde encontrar un refugio dónde limpiarse las heces que le caen. Los pacientes gays, comentan Friedman y Downey, generalmente profesan, en relaciones terapéuticas prolongadas, creencias de que sus padres los odian por el hecho de ser homosexuales. Lo peor de todo es que tienen muchas veces razón. Un estudio del semanario New Yorker mostró que un tercio de la población entrevistada prefería tener hijos heterosexuales, insatisfechos con su matrimonio y con su vida; que hijos homosexuales felizmente emparejados con una vida estable y adecuada. Muchos padres ven en la homosexualidad de sus hijos un castigo hacia ellos mismos; un asunto de identidad que no atañe a sus críos sino más bien a ellos mismos.

Todo este andamiaje negativo no puede sino resultar en conductas futuras nefastas. Si uno no se tiene como ser humano viable y respetable, sus acciones revelarán que precisamente nada de lo que haga o se plantee hacer es respetable o viable. De ahí las drogas, el suicidio, la promiscuidad, y demás manifestaciones del bajo autoestima.
Pero el problema no se soluciona con una reforma de lo social. Es, evidentemente, la solución para el futuro; pero para el presente, la homofobia ya está dentro de uno y el trabajo tiene que ir de afuera hacia adentro. Friedman y Downey apuntan, así, a señalar que el trabajo de limpieza de las experiencias infantiles traumáticas en los homosexuales es posible dentro de un patrón de integración a un ambiente gay. Un contexto homosexual positivo es el único medio para la recuperación de la seguridad personal, del autoestima, de la integración de la identidad, y del amor. El lenguaje defensivo del gay PRIDE aparece, sin embargo, como una prolongación violenta de esta homofobia que todos llevamos dentro. Los contextos positivos se hallan más bien en lenguajes donde el ser gay pase al plano de lo accidental y las demás cualidades y talentos de la persona encuentren su espacio de maduración y desarrollo. La normalidad necesaria no se encuentra ni en familias o escuelas intolerantes, ni en histéricos activismos gays.


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