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sábado, 19 de diciembre de 2009

LA SOLEDAD

Mi soledad y yo

En una ocasión, cuando no tenía asumida mi homosexualidad y era todavía un chiquillo con muchísimas más dudas sobre la vida, de las que pueda tener actualmente, escuché decir a un señor, que los gays eran personas que aparentemente se les veía muy alegres, pero que en el fondo eran seres solitarios y tristes. Supuse que lo decía porque los consideraba muy libertinos, con relaciones poco estables y ante la imposibilidad de tener hijos biológicos se veían abocados a terminar sus vidas en la más absoluta soledad. En aquella época me planteaba el futuro y recuerdo que quería ser mayor y casarme con una mujer con la que tener varios hijos.

Deseaba ser como mis primos mayores. Es decir, seguir las pautas que la sociedad de entonces nos establecía para conseguir ser un hombre normal dentro de su sistema que visto con la distancia que da el tiempo, era de lo más antiguo y funesto, y que por desgracia todavía hoy perdura en muchos puntos del planeta. Quería tener una familia perfecta, una mujer cariñosa, y unos hijos extraordinarios con los que compartir los mejores momentos que me daba la vida. Ahora pienso que, con esas expectativas que me planteaba, a lo mejor quería esquivar la soledad, ese pequeño mundo exclusivo en que nos encerramos los gays jóvenes que estamos plenamente seguros de nuestra sexualidad, pero no tan seguros de saber llevarla o, mejor dicho, vivirla. Una persona próxima a mi me confesó hace poco, que se casó muy joven con una mujer a la que apenas conocía por temor a quedarse soltero y solo en la vida.

Y es curioso, porque ahora de mayor, con hijos y mujer se siente muy solo. Otros recurren a tener muchos amigos o ligues y así engañarse; en el peor de los casos, comprar con tu dinero la felicidad de los que menos desean acompañarte, vivir acogidos en un ambiente heterosexual, donde nuestros cercanos se aferran a la hipocresía de verte como ellos te quieren ver, muchos necesitamos algo o alguien que nos haga ver que hay un mundo paralelo, y no me refiero al mundo homosexual, sino al de sentirse a gusto con uno mismo, al de la paz interior, al de sentirse orgullosos y autosuficientes solos o acompañados, al honor de ser quienes somos, al de la felicidad. Como decía Andre Gide, lo difícil no es liberarse, sino saber ser libre. A veces no hace falta la ausencia para tener la sombra de la soledad acechándonos cuando muy mayores estemos, con compañía también podemos sentirnos solos, aunque parezca curioso y paradójico.

Quizá el hecho de pensarlo y el miedo que nos produce la idea, nos haga adoptar una actitud diferente ante los demás, perder el miedo a mirar dentro de nosotros, tener sujeta nuestra homosexualidad y nuestro éxito, y afrontar la necesidad de saber de que estamos hechos: con ilusiones y ambiciones, limitaciones y miedos, además de evaluar honestamente cuanta soledad necesitaremos y cuanta no sujeta a nuestro rumbo, y que es lo que anhelamos para nuestro futuro, reflexionando a la vez esa sensación de soledad aliada y vacío interior que tanto tememos.

“En la soledad no se encuentra más, que lo que a la soledad se lleva”

Sean felices.

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